jueves, 21 de abril de 2016

Orfeo y Eurídice en los Campos Eliseos

Orfeo y Eurídice
en los Campos Eliseos

Orfeo dudó por un momento y, lleno de impaciencia, giró la
cabeza para comprobar si Eurídice le seguía. Y en ese
mismo momento vio cómo su amada se convertía en una
columna de humo que él trató inútilmente de apresar en tre
sus brazos mientras gritaba preso de la desesperación.


Mito griego

A la muerte de Orfeo éste, como era de esperarse, fue a
buscar a su amada en los Campos Eliseos.


ORFEO:¡Eurídice! ¡Eurídice!

EURÍDICE:¿Qué haces aquí Orfeo? No me dirás que
vienes de nuevo a buscarme. No imagino
tanta influencia entre los dioses.


ORFEO:Imaginé que estarías alegre de verme.
 
EURÍDICE:No me has respondido. ¿Qué haces aquí?

ORFEO:He muerto, fui despedazado por las
bacantes.


EURÍDICE:Lo lamento, ¿fue doloroso?

ORFEO:Para ser sincero, sólo la primera pedrada,
luego me desmayé y no sé muy bien qué
pasó. ¿Por qué los seres se dejarán atrapar
por las pasiones destructivas? ¿Acaso no
es suficiente una sola herida del puñal
o la flecha, o una única frase en el mo-
mento oportuno para causar el efecto
de seado? No comprendo el porqué del
ensañamiento, de la insistencia, a la que
todos somos propensos.


EURÍDICE:
Cuando te dejé eras poeta, ahora pareces
filósofo.


ORFEO:
Cuando te perdí por segunda vez se
operaron en mí muchos cambios...


EURÍDICE:
Eso escuché, hasta aquí llegaron rumores
de tus nuevas tendencias...


ORFEO:
Eurídice, no creas siempre todo lo que
escuchas, sabes bien que el rumor crea
nuevas verdades basadas en la mentira.
Cree en lo que ves y en lo que digo.
Eurídice, no te imaginas lo que sentí
cuando caías al abismo por mi culpa,
perdí la razón. Eso es más de lo que un
hombre puede soportar. Quise lanzarme
para estar junto a ti, pero los dioses me
lo impidieron.


EURÍDICE:
Orfeo, mi querido Orfeo, siempre el
centro de todo...


ORFEO:
Amada, siento un ligero tono de ironía
en tu voz, ¿qué ocurre?


EURÍDICE: 
 ¡Ah!, ahora sí veo que has cambiado,
creo es la primera vez que reconoces un
tono diferente al que viene de tu lira.


ORFEO:
Me causas temor, ahora soy yo quien no
te reconoce. Este inframundo te ha vuel-
to dura. ¿A qué clase de sufrimiento te
has visto sometida? ¿Ha sido tan larga
mi ausencia?


EURÍDICE:
¿Lo ves? Tú y tu ausencia deben ser el
centro.


ORFEO:
¿Qué quieres decir?

EURÍDICE:
No me reconoces porque nunca me co-
nociste. Sólo sabes de mí lo que has que-
rido ver, lo que tu propio deseo espera.


ORFEO:
Explícate.

EURÍDICE:


Está bien. Vamos a ver, Orfeo, ¿quién
soy?


ORFEO:


¿Cómo que quién eres? Eres Eurídice,
mi esposa, mi amada esposa.


EURÍDICE:

¿Lo ves? Soy tu esposa, eso es lo que tú
quieres que sea, pero en verdad, ¿quién
soy?




ORFEO:

¿A dónde quieres llegar?

EURÍDICE:

A ninguna parte, no hay punto de llegada,
no es un juego. Orfeo, ¿alguna vez ima-
ginaste nuestra vida juntos?


ORFEO:

Muchas veces... Te imaginaba junto a
mí en nuestro lecho, en las mañanas al
despertar...


EURÍDICE:

No sigas, sé cómo te imaginabas todo,
déjame seguir. Soñabas con una mujer
en tu lecho capaz de saciar tu sed. Una
mujer dulce, atenta, que escuchara tus
cantos y fuera capaz de llorar de emoción
al oírlos.
 

ORFEO:
Sí, sí, Eurídice, tú eras esa mujer, pocas
pueden comprender la poesía como tú.


EURÍDICE:
Orfeo, Orfeo... Te contaré mi historia.
Como recuerdas, vivía en la casa de mis
padres. Fui educada en las letras y en las
artes, llevaba una existencia apacible y
tranquila hasta que tú llegaste. Al escu-
char tu lira y los poemas que salían de tu
boca, conquistaste mi corazón. Te creí
único, te amé.
Te ofrecí mis versos, versos que nunca
había osado descubrir a nadie; traté de
que escucharas y compartir contigo las
canciones que susurraban las musas a


 mi oído pero sólo me mirabas, no me es-
cuchabas.
Tus canciones, que en un primer momen-
to me parecieron hermosas, comenzaron
a sonarme huecas.
Estos pensamientos rondaban por mi
mente, pero me negaba a creerlo. Todo
se aclaró el día de nuestra boda. Las chis-
pas de la antorcha de Himeneo opacaban
tu voz, la situación era tensa y observé tu
rostro; no olvidaré esa terrible expresión,
en ese momento lo comprendí todo, un
rayo atravesó mi corazón. Entendí que
mi vida junto a ti sería una soledad pro -
longada al infinito.


ORFEO:
Eurídice, ¿qué dices? Yo te amaba, vine
a buscarte al Hades, hice lo que ningún
hombre había hecho...


EURÍDICE:

Lo que viniste a buscar al Hades no fue
a tu amada, fue a tu público, tu auditorio
particular.


ORFEO:

Eurídice, de nuevo me asustas...

EURÍDICE:

Te niegas a ver la verdad... Recuerda
Orfeo, recuerda... ¿Por qué volviste la
vista?


ORFEO:
Necesitaba verte, estábamos cerca de la
tierra, temí por ti...


EURÍDICE:

Orfeo... ¿qué pasa?, recuerda... Volviste
tus ojos porque no podías entender por
qué me había zafado de tu mano.



 

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