jueves, 21 de abril de 2016

Como conejos

Como conejos


Vivimos como conejos. Hacinados y llenos de crías.
Tendrías que vivir aquí, en el barrio La Cruz para darte
cuenta de qué hablo.


 Hace como dos años vino un cura y fue a él a quien
le oí eso por primera vez. Yo tenía como diez años cuando
eso, pero se me quedó grabado.


Si vives aquí desde que naces y lo único que ves es
lo que te rodea, difícilmente puedes imaginar que otra si-
tuación es posible. Llegas a pensar que el mundo limita
al norte con la autopista, al sur con el barrio El Carmen, al
este con la quebrada y al oeste con la cochinera. Pero
cuando llega alguien de otra parte y dice «¡Pero si vivís
como conejos!», entonces puedes llegar a pensar que
algo no está bien, que hay otros que viven diferente. Es
decir, que no viven como conejos.


La profe Lisbeth es del barrio. Le decimos profe,
pero ella no estudió eso, se lo decimos por respeto. No
nos sale decir «señora Lisbeth», ella es joven, no parece
una señora, aunque tiene un hijo grande que vive en otro
lado. Además ella nos enseña, así que todo el mundo le
dice profe. Ella debe haber venido de otro lugar o no sé,
porque no es igual a las demás mujeres de aquí. Ella no se
queda en casa casi nunca, trabaja en el centro y siempre
está limpia y arreglada con pocas cosas. Ella nos dice

que no importa si uno lo que tiene es una franelita y un
pantaloncito, pero hay que andar limpio. Tampoco es de
las que se planchan el cabello y se maquillan, no. Ella es
así como natural. Eso dice mi primo: natural.


Siempre está inventando algo que hacer y buscando
que nosotras hagamos algo. En frente de su casa es donde
nos enseña danza a las niñas de aquí, adentro no cabemos.
La práctica del cuatro sí es en su salita, porque hay que
estar sentado. Ella dice que no sabe de música, pero nadie
toca cuatro en el barrio como lo hace la profe Lisbeth.


 Después que vino aquel cura a dar la misa para ce-
lebrar los diez años de La Cruz, comencé a darme cuen-
ta de lo distinta que era ella. No va a misa ni tiene altares
en su casa. No discute con la gente sobre eso. Sólo lo
menciona cuando alguien le insiste que rece o vaya a un
acto religioso, simplemente dice: «Yo no creo en eso».


Hoy no pudimos practicar. La profe está enferma
y nos dijeron que por un tiempo no podremos ensayar en
su casa. Dentro de un mes tenemos una presentación,
será la inauguración de un centro cultural en El Carmen
y aunque ya el San Juan, La Burriquita y La Llora nos
quedan bien, siempre hay algo que ajustar.


Los ensayos de danza son lo único que tengo para
no volverme loca. Estoy cansada. Hoy es jueves y ahora
que no hubo ensayo tengo rabia y pienso: «Sí, realmen-
te vivimos como conejos».


¿Qué voy a hacer ahora con este tiempo libre? ¿Qué
voy a hacer ahora los martes y jueves por la tarde? ¿A dón-
de voy a ir? Mamá dice que aproveche y haga otras cosas.
No quiero hacer otra cosa, no voy a preparar la comida ni
ayudarla a atender a Jofre, o cambiarle los pañales a Tailín.
No voy a copiar las respuestas del libro de ciencias, aun-
que la maestra diga que soy muy inteligente pero floja.


La profe Lisbeth tiene cáncer. Nadie nos habla
directamente. Nos enteramos porque escuchamos la
conversación de los adultos. Ellos hablan con libertad
delante de nosotros porque es como si no existiéramos,
creen que no escuchamos o que somos tontos y tontas.
Tal vez es porque hay tantos niños y niñas en el barrio que
es como si fuéramos igual que las piedras, los bloques o la
basura. Cosas que están por ahí.


La profe Lisbeth tiene cáncer. Ya la operaron y la
traen mañana a su casa. Yo voy a ir a verla como sea.


Primero la abracé y luego me senté frente a su
cama. Una vecina me iba a sacar, pero ella no la dejó.


—Al contrario —dijo—, dejen que me acompañe
un ratito, me hace bien ver a las niñas.


—Sujey, no te preocupes, yo me voy a poner bien.
¿Ya te dijeron lo que tengo?


 Negué con la cabeza. 

—Bueno, tenía un tumor en uno de mis pechos,
pero ya me lo quitaron. Ahora tengo que seguir un trata-
miento y cuidarme mucho. Pero vas a ver que dentro de
poco voy a estar fastidiándolas otra vez.


Yo me reí. Eso era lo que quería escuchar. Y continuó:

—Pero voy a necesitar tu ayuda, no podemos aban-
donar a las otras niñas del grupo. La presentación en El
Carmen es pronto.


—¡Ajá! ¿Y cómo vamos a hacer?

Lisbeth respiró hondo.

—Tú eres una de las que se sabe mejor los pasos.

—¡Pero yo estoy en sexto grado

—Y yo estudié hasta tercer año. ¿Qué tiene que ver?

—Profe, ellas no me van a hacer caso.

—Vamos a hacer algo. Tú tráelas a practicar como
siempre. Primero entran un momentico aquí, al cuarto,
para conversar, y luego vemos. ¿Te parece?


—Ta’ bien.

Hicimos silencio. Ella cierra los ojos suavemente,
respira y los vuelve abrir.


—Sé que es una responsabilidad muy grande y que
ya tienes muchas en tu casa, pero confío en ti.


Yo la abracé. Ella confía en mí. Al final le digo:

—Tranquila profe. Usted no se preocupe que no-
sotras vamos a ensayar.


Hoy fue la inauguración en El Carmen.

Todo salió de maravilla. Presentamos nuestro baile,
la gente nos aplaudió bastante. La profe Lisbeth vino a
vernos. Tiene el coco raspao, pero se puso un pañuelo y no
se le nota mucho. Está delgada, pero sigue viéndose linda.
Ella fue quien más nos aplaudió, se veía emocionada.


Sabemos que se va a poner bien.

Ahora soy como su ayudante. Yo creo que cuando
sea más grande voy a tener un grupo de danza en el barrio
y voy a ser como la profe Lisbeth.








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