jueves, 21 de abril de 2016

La vendedora de fósforos

La vendedora de fósforos

A la mañana siguiente el pueblo
descubrió, al pasar, a la vendedora
de fósforos, acurrucada y muerta, en un portal.


HANS CRISTIAN ANDERSEN
 

El día había comenzado de una forma inusual. Estaba
segura de haber dejado todo listo para el almuerzo antes
de salir. Cerró las persianas del cuarto y la sala para
guardar su intimidad. Odiaba ser vista por los vecinos,
prefería usar la luz eléctrica ante la posibilidad de una
mirada intrusa; luego se devolvió para verificar la situa-
ción de todos los aparatos eléctricos y encontró unos pla-
tos rotos en el piso y un cuchillo fuera de lugar. «Será que
los puse muy cerca de la orilla de la mesa», pensó. No
sería la primera vez.
 

En la tienda, objetos y facturas aparecían y desa-
parecían. Llegó a bromear con una compañera al respec-
to: «To dos tenemos un día loco ¿no?». Pero la impresión
de sentir que alguien la observaba comenzó a hacerse
muy fuerte alrededor de las nueve de la mañana.
 

Salió del centro comercial a la hora del almuerzo,
Salió del centro comercial a la hora del almuerzo,
como acostumbraba. Mientras caminaba sintió una vez
más esa sensación extraña. Era como una respiración,
unos pasos, ese cosquilleo en la nuca. Pensó en llamar
por teléfono, pedir ayuda a algún amigo. Pero hizo un
recuento de su vida y las razones por las cuales aún vivía
sola y su miedo se fue convirtiendo en tristeza.
 

Finalmente llegó al apartamento para comer y dejar
sus zapatos a un lado por unos minutos antes de volver

a la rutina —odiaba tener que andar con zapatos cerrados
y de tacón—. La cercanía de su habitación a La Casa del
Fumador. Artículos para caballeros era la única ventaja
que tenía aquel monótono e inútil trabajo.
 

Al llegar a la puerta se dio cuenta de que estaba
abierta y la entrada a oscuras. Trató de encender la luz
pero no funcionó. En un segundo comenzó a atar cabos
e hilar todos los detalles extraños. Ahora sí, un miedo in-
tenso se apoderó de ella. No se movía, no sabía si correr
o quedarse ahí. No pensaba, ni siquiera dudaba. Sólo el
sudor frío, el corazón galopando aceleradamente en su
pecho... hasta que dejó de latir.

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