jueves, 21 de abril de 2016

Las trinitarias y Barba Azul

Las trinitarias y Barba Azul


I
 

Vamos a suponer que un día vienes escuchas en boca de al-
guien de otro país una frase como: «¡Qué bellas están esas
bugambillas!», y preguntas: «¿Cuáles son?», y tu ami-
ga te las señala. Entonces te das cuentas que las famosas
bugambillas de los jardines, ésas de las que has leído en
no sabes cuántos libros, son en realidad las trinitarias.
¡Sí, las trinitarias, las silvestres y comunes trinitarias que
te han acompañado toda la vida!


En alguna oportunidad te tomaste la molestia de
buscar «buganvilla» en el Pequeño Larousse Ilustrado
y habías encontrado: « BUGAMBILLA s.f. Mex. Bugan -
villa». Así que se te exige continuar la búsqueda: « BU -
GANVILLA s.f...». Y toda una explicación del origen
americano de la flor y cómo la llaman los científicos. No
seguiste con el diccionario porque se te iba a olvidar lo que
estabas leyendo originalmente. Mejor continuar como
siempre, continuar aunque no se entienda mucho.


 Alguna vez imaginaste unas flores frondosas, un
arbusto parecido a la rosa, algo muy europeo, mejor si
era francés, no sé por qué. Ni siquiera la aclaratoria de
«Planta trepadora originaria de América» pudo ayudarte a
tener una idea más clara.


Entonces la frase de tu amiga develó un misterio y
a partir de entonces leer «los jardines de buganvillas...»
no fue como antes. Y sientes hasta nostalgia.


II 





Ahora imagina otro descubrimiento literario. Eres una
mujer cualquiera que le está leyendo un cuento a su hijo
y de pronto descubres lo que quería decir una metáfo-
ra que ha estado ahí en todos los ambientes del mundo
por años, siglos quizás. O mejor dicho, descubres que en
un cuento de hadas, una frase que allí aparece no es par-
te de la fantasía, sino una metáfora ¿No es maravillo-
so? Una metáfora esperando oculta que digan qué es,
como una adivinanza (y te acuerdas de Rodari). Bueno,
imagina entonces que eres esa mamá y estás leyendo
Barba Azul y dices:


Pensó que iba a morirse al ver aquello, y la llave del ga-
binete, que acababa de retirar de la cerradura, se le cayó
al suelo. Luego de reponerse un poco recogió la llave,
cerró la puerta y subió a su habitación para descansar
un poco, pero no pudo lograrlo.


 
Entonces te llega aquella asociación. Recuerdas
que una vez, limpiando y ordenando encontraste algo de
una persona a quien realmente quieres y, al igual que la es-
posa de Barba Azul, nunca lo hubieras querido descubrir.
Al ver-leer-oler aquello sentiste ese nudo que se le atasca
a uno en la garganta, y tu corazón comenzó a latir más
fuerte. Exactamente, en ese momento descubriste un
secreto. No tiene que ser un crimen, puede ser sólo algo
muy privado, un simple desliz, una cuenta bancaria o algo que lo avergüence: un verdadero secreto. Todo esto
lo percibes en fracciones de segundo. A la velocidad de
un recuerdo, y sigues leyendo el cuento:


Como viera que la llave del gabinete estaba manchada
de sangre, la secó dos o tres veces, pero la sangre no de-
saparecía. Por más que la lavó y frotó con jabón y piedra,
siempre quedaba sangre, porque la llave estaba encan-
tada y no había manera de limpiarla totalmente: cuan-
do quitaba la sangre de un lado reaparecía del otro.


 
¡Ajá!, de eso se trata lo de la sangre en la llave.
Esa es la respuesta: una vez que lo sabes, ya no puedes
disimular. De alguna manera, siempre se te sale por algún
lado. Eres como la esposa de Barba Azul que nunca tie-
ne nombre propio: irremediablemente «se te nota» cuan-
do tratas de ocultar algo.


La otra persona, que pudiera ser tu esposo, tal vez se
te acerque y pregunte: «¿Qué te pasa?», y vienes y dices
«nada». Entonces el otro sabe que realmente pasa algo,
y además sospecha, intuye que descubriste algo. ¡Qué
complicado!


¿Qué puedes hacer? Hay varias alternativas:

a) No dices nada. Te repites y le repites una y otra
vez «no pasa nada», mientras el otro se muere por saber
qué coño ocurre. Hasta que un día se te acumula el se-
creto y éste estalla y los pedazos de secreto se riegan por
todas partes y destruyen todo lo que alcanzan.


b) Le dices de una vez que lo descubriste, que
ahora no puedes verlo de la misma forma. «Eso» que
ahora sabes, no lo puedes aceptar y haces como la esposa
de Barba Azul: lloras, peleas, discutes, llamas a tu familia.


c) Le dices que descubriste su secreto, aunque no te
hubiera gustado saberlo, que esperas que eso no signifique mayor cosa con respecto a la relación que mantienen. La
lealtad y la solidaridad son más importantes que cualquier
otra cosa.


Pero, ¿qué crees que realmente pasa al final? Lo
sabes. La historia de Barba Azul se repite:


En aquel momento golpearon con tanta fuerza la puerta,
que Barba Azul se detuvo. Abrieron y entraron dos ca-
balleros, quienes desnudando las espadas corrieron ha-
cia donde estaba aquel hombre, que reconoció a los dos
hermanos de su mujer, el uno perteneciente a un regi-
miento de dragones y el otro mosquetero; y al verles
trató de escapar. Lo persiguieron tan de cerca ambos
hermanos, que lo alcanzaron antes que hubiese podi-
do llegar a la plataforma, le atravesaron el cuerpo con
sus espadas y le dejaron muerto.


Siempre, siempre en una relación hay una mentira,
un error, un desliz, una debilidad... algo que ocultar y
siempre hay alguien dispuesto a descubrirlo. Por supues-
to que no justifico al malvado asesino. Recuerda que sólo
estamos hablando de cómo comprendiste el significado
de una metáfora, una que quizás ya todos sabían, pero
para ti fue una verdadera epifanía.


En fin, tú te ves como perfecta: eres un libro abier -
to, sin nada que ocultar, ni siquiera una metáfora. El otro:
el malo del cuento. Entonces, lo más probable es que eje-
cutes una combinación de las alternativas a) y b). Es de-
cir: lo supiste, se lo dijiste y cada vez que hay oportunidad,
le recuerdas su imperfección. Es como terminar asediado
y condenado, igual que el famoso villano. ¡Se lo merece!


¿Y las trinitarias-bugambillas? Bueno, ésas son las
que estaban en el jardín de Barba Azul y su mujer. En tu
jardín. Su belleza y sencillez reflejan la felicidad del hogar.


 

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